Sobre la teoría y la conciencia integral

Sobre la teoría y la conciencia integral

La teoría integral de Ken Wilber es un mapa para no perderse, mientras que la conciencia es lo que nos permite encontrarnos.

“Las moradas” de Santa Teresa o la obra de Sri Aurobindo y su “yoga Integral” son planos o mapas, como escaleras de Jacob para elevarnos al cielo, tratando estas enseñanzas de un conflicto entre lo relativo y lo absoluto.


Dice Ken Wilber en su libro “El cuarto giro”: “La inteligencia espiritual es la única de las inteligencias que evoluciona para interactuar con la realidad ultima, la verdad ultima y la bondad ultima. Mientras que las demás inteligencias solo pueden interactuar con la verdad relativa, la inteligencia espiritual es la única que puede hacerlo con la verdad absoluta, debería ir uno o dos estadios por delante de las demás inteligencias y servir de guía”.

La conciencia espiritual nos permite evolucionar, aunque con esta cuestión hay controversias en base al planteamiento de la evolución de la conciencia entre la visión occidental y oriental. Desde la perspectiva occidental tenemos la pirámide de Maslow, la espiral de Graves, o la visión de los cinco estados de conciencia de Jean Gesber y la de otros tantos investigadores sobre las dinámicas evolutivas de la conciencia, que tan bien a hilado Ken Wilber en su teoría integral. La cuestión es que estas perspectivas occidentales se basan en el concepto evolutivo tan arraigado en occidente, siendo este concepto lo solemos emplazar en occidente hacia lo colectivo, que a lo individual, pues la propia teoría evolutiva de Darwin así lo propone, y he aquí, la raíz del conflicto entre la visión occidental y la oriental, sobre la evolución de la conciencia y su despertar.


La visión oriental sobre el despertar de la conciencia a excepción de Aurobindo (que elabora su enseñanza conjugando lo individual y su evolución en perspectiva futura, que incluirá lo colectivo), se ciñe básicamente en el individuo. Lo cierto es que, el despertar incide sobre el individuo y este sobre el colectivo. El asunto, es si la conciencia despierta puede convivir junto a las condiciones sociales de la época y lugar, o si, lo social condiciona el despertar de la conciencia. Por ejemplo, J. Krishnamurti planteaba el hecho de vivir acorde con una sociedad desquiciada y si eso era posible, he ahí, la cuestión a dilucidar, han existido seres despiertos que bien han propuesto una revolución social en mejora de la comunidad y otros que se han mantenido dentro de los cánones sociales de su época y lugar. En ambos casos, han tenido que lidiar sobre las condiciones sociales, por ejemplo, San Agustín, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, se tuvieron que ver las caras con la inquisición. Jesucristo planteo toda una revolución mística, religiosa y social, el maestro Elkhart planteo toda una revolución teología con fundamentos gnósticos y también tuvo que enfrentarse a la inquisición. Buda Sakiamuni desmonto en sus enseñanzas la visión de las castas en la india, Bodidharma revoluciono la mística en china, en apariencia la filosofía y mística oriental no ha sido tan combativa en lo social como aquí en occidente, donde los avances sociales abanderan las condiciones en este mundo hoy globalizado.

En definitiva, tenemos ante nosotros la conciencia individual y su incidencia en lo colectivo y viceversa, como lo social incide sobre la conciencia individual, Ken Wilber explica con detalle esta compleja situación entre el individuo y el nosotros, así como lo exterior e interior, con sus famosos cuadrantes. Ahora bien, un mapa es una guía para poderse ubicar o situarse y no perdderse, mientras que la acción, el camino corresponde a nuestra conciencia ¿tiene nuestra conciencia realmente una condición preestablecida para su evolución? ¿tiene nuestra conciencia que ajustarse a los estados y condiciones sociales o salirse de ellas en procura de una mejora? ¿qué puede hacer el individuo ante la sociedad, puede cambiarla de algún modo? Todo en lo colectivo se procesa gradualmente, siendo el aporte individual pequeños pasos que invitan a un cambio a mejor.


Sin confundir la conciencia con el plano teórico, debemos apuntar que la conciencia trasciende cualquier planificación, progreso, evolución, tal como se ha evidenciado a lo largo de la historia, siendo los sucesivos estadios de conciencia vistos en una vinculación social, en la que asumimos diferentes roles hasta que alcanzamos el límite entre lo relativo y lo absoluto o no-dual. Y estando la conciencia inmersa en lo relativo aspira a lo absoluto. Entramos entonces en cierta contradicción entre conciencia y teoría, una teoría que implica evolución, siendo esta evolución primero individual algo que es evidente, mientras que su incidencia en lo colectivo será un cuentagotas.

Vale la pena, leer el siguiente texto de Ken Wilder:

<La esencia del dzogchen (o maha-ati) es muy sencilla y coincide con las enseñanzas más elevadas de las grandes tradiciones de sabiduría del mundo entero, especialmente del hinduismo Vedanta y del budismo Ch'an (forma antigua del Zen). Dicho en pocas palabras:

Si el Espíritu tiene algún significado, debe estar en todas partes, debe impregnarlo todo y abarcarlo todo. No puede haber un solo lugar en el que no se encuentre ya que, en tal caso, no sería infinito. Por consiguiente, el Espíritu debe hallarse ahora mismo totalmente presente en tu propia conciencia. Es decir, tu propia conciencia actual, tal y como es, sin cambio ni modificación alguna, es perfecta y está por completo impregnada de Espíritu.

Además, no se trata de que el Espíritu esté presente, pero que debas estar iluminado para verlo; no es que seas uno con el Espíritu, pero todavía no lo hayas descubierto, porque eso implicaría que hay algún lugar donde el Espíritu no está. No, según el dzogchen, eres ya, y en todo momento, uno con el Espíritu, y la conciencia se halla plenamente presente en este mismo instante. En cada acto de conciencia estás contemplando de manera directa el Espíritu con el Espíritu. No hay lugar alguno que no se halle completamente impregnado de Espíritu.

Por otra parte, si el Espíritu tiene algún sentido, debe ser eterno, es decir, no debe tener principio ni final. Si el Espíritu se originase en algún momento del tiempo, no podría ser atemporal y eterno. Y eso significa que no hay modo alguno de alcanzar la iluminación porque, si tal cosa fuera posible, ese estado se originaría en el tiempo y, por consiguiente, no sería la verdadera iluminación.

El Espíritu y la iluminación deben ser algo de lo que eres plenamente consciente ahora mismo, algo que ya estás contemplando en este mismo instante. Cuando estaba recibiendo esa enseñanza, pensé en los viejos pasatiempos del suplemento dominical del periódico que presentan el dibujo de un paisaje con la siguiente leyenda: "En este paisaje están escondidos los rostros de veinte personajes famosos. ¿Puedes identificarlos?". Las caras podían ser Walter Cronkite, John F. Kennedy, etcétera. El hecho es que los rostros ya están presentes y que no hace falta nada más que verlos. Los rostros ya están en tu campo visual, solo que no los reconoces como tales. Lo único que hace falta es que alguien se limite a señalártelos.

Eso mismo es lo que ocurre con el Espíritu y con la iluminación, pensé. Ya estamos contemplando directamente el Espíritu, lo único que ocurre es que no lo reconocemos. La percepción es la adecuada, pero no lo es el reconocimiento. Por ello, las enseñanzas dzogchen no recomiendan especialmente la meditación, por muy útil que pueda resultar para otros fines. La meditación, a fin de cuentas, constituye un intento de cambiar la percepción, de cambiar la conciencia y, desde el punto de vista del dzogchen, eso es innecesario y no viene a cuento. El Espíritu ya está entera y plenamente presente en el estado de conciencia actual y no es necesario cambiar ni modificar nada. Cualquier intento de cambiar la conciencia sería como intentar colorear las caras del pasatiempo, en vez de limitarse a reconocerlas.

Por este motivo, la enseñanza capital del dzogchen no es la meditación, porque la meditación persigue un cambio de estado, y la iluminación no consiste en cambiar de estado, sino en reconocer la índole de cualquier estado actual. De hecho, gran parte de la enseñanza del dzogchen se ocupa de señalar los motivos por los cuales no funciona la meditación y de insistir en que no es posible alcanzar la Iluminación, porque la iluminación ya está presenté, e intentar alcanzarla sería como intentar llegar caminando hasta donde están tus pies. La primera regla del dzogchen es: "No hay nada que hacer ni que dejar de hacer para alcanzar la conciencia básica, porque ésta ya se halla plena y completamente Presente".

De modo que, en lugar de la meditación, el dzogchen recurre a lo que denomina "instrucciones para señalar".

En este caso, el maestro se limita a hablar y a señalar el aspecto de la conciencia que ya es, y siempre ha sido, uno con el Espíritu, esa faceta de tu ser atemporal y eterna, que carece de principio y que, como dice el Zen, estaba contigo antes incluso de que nacieran tus padres. En otras palabras, la función del dzogchen es la de señalar los rostros del pasatiempo del que hablábamos anteriormente. No tienes que cambiar el dibujo, ni ordenarlo de otra forma, sólo debes reconocer lo que ya estás mirando. La meditación reordena el dibujo; el dzogchen, en cambio, lo deja intacto. Por esto, las llamadas "instrucciones para señalar" suelen empezar con la frase: "Sin corregir ni modificar tu conciencia presente en modo alguno, observa que [...]".

No puedo reproducir las instrucciones concretas del dzogchen, porque eso es algo que compete a los maestros dzogchen, pero sí puedo ofrecer la versión del Vedanta hinduista puesto que ya han sido impresas, especialmente en los escritos del ilustre Sri Ramana Maharshi. Yo lo expresaría del siguiente modo:

De lo único de lo que siempre somos conscientes es [...] de la conciencia en sí. Siempre tenemos la capacidad de ser Testigos de todo lo que ocurre. Como decía un antiguo maestro Zen: "¿Quién no está iluminado? ¿Acaso no escuchas a esos pájaros? ¿Es que no puedes acaso ver el sol?". Es imposible imaginar siquiera un estado en el que no exista una conciencia básica porque, en tal caso, seguiríamos siendo conscientes de estar imaginando. Hasta en los sueños somos conscientes. Además, según estas tradiciones, no existen dos tipos de conciencia diferentes, la iluminada y la ignorante. No existe más que una conciencia, y esa conciencia, exacta y precisamente como es, sin alteración ni modificación alguna, es ya el mismo Espíritu. No existe ningún lugar donde no esté el Espíritu.

Las instrucciones a seguir son, pues, reconocer la conciencia, reconocer el Testigo, reconocer el yo y aceptarlo como tal. Cualquier intento de alcanzar la conciencia está completamente fuera de lugar. "¡Pero si todavía no veo al Espíritu!" "¡La misma conciencia de no ver al Espíritu es ya el Espíritu!"

Puedes practicar la atención porque existe el olvido, pero no puedes practicar la conciencia porque sólo hay conciencia. La práctica de la atención consiste en intentar "estar en el aquí y el ahora". Pero la conciencia pura es el estado de la conciencia antes de que intentes hacer algo al respecto. Intentar estar "aquí y ahora" exige de un momento futuro en el que llegarás a estar atento, pero la conciencia pura ya se halla presente antes incluso de que intentes hacer nada. Ya eres consciente, ya estás iluminado. Puede que no siempre estés atento, pero siempre estás iluminado.

Las "instrucciones para señalar" prosiguen así, a veces durante unos pocos minutos, otras veces durante horas y, en ocasiones, durante días enteros, hasta que terminas "entendiéndolo", hasta que terminas reconociendo tu Verdadero Rostro, el "rostro que tenías antes de que nacieran tus padres", el rostro atemporal y eterno anterior al nacimiento y a la muerte. Y se trata de un reconocimiento, no de una percepción. Es como contemplar el escaparate de unos grandes almacenes y ver una figura difusa que te devuelve la mirada. Dejas que la figura se enfoque y descubres, con sorpresa, que se trata de tu propio reflejo en el cristal. Según esas tradiciones, el mundo entero no es sino el reflejo de tu yo en el espejo de tu propia conciencia. ¿Lo ves? Ahora mismo ya estás mirando tu propio Rostro Original.

Así pues, según esas tradiciones, la conciencia básica no es difícil de alcanzar, sino que, por el contrario, es imposible de eludir, y los llamados "caminos" son, en realidad, carreras de obstáculos que impiden lograr ese reconocimiento. Sólo existe el yo, sólo hay Dios. Como dijo el propio Ramana Maharshi:

No hay creación ni destrucción,
destino ni libre albedrío,
camino ni realización.
Ésta es la única verdad.

Pero he aquí que los seres humanos parecemos preferir la agitación al Espíritu. No nos contentamos con la sensación simple de ser... sino que queremos ser algo, queremos sentir algo especial, queremos ser ricos, famosos o importantes. Nosotros no queremos ser testigos ecuánimes del mundo en tanto que Yo-Yo, sino que queremos destacar, conseguir algo y ser alguien; por ello, nos pasamos la vida categorizando, nombrando y escindiendo la simple sensación de la existencia. En lugar de ser el mundo, queremos ser alguien y, de ese modo, nos vemos arrojados de bruces al mundo del sufrimiento; entonces, es cuando abandonamos la sensación simple de ser (en donde Yo-Yo soy el mundo) y nos identificamos con un pequeño cuerpo ubicado en un espacio lastimosamente pequeño que queremos que sea superior a todos los demás cuerpos.

Poco importa, mientras permanezco en la sensación simple de la existencia, que un amigo se haya comprado una casa nueva y que yo no lo haya hecho porque, en la sensación simple de Un Solo Sabor, su alegría es la mía. Poco importa que feliciten a un colega (y no a mí) por un trabajo bien hecho porque, en la sensación simple de Un Solo Sabor, su felicidad es la mía. Cuando no hay más que un Yo mirando a través de todos los ojos, la suerte de los demás es también mi propia suerte. ¿Acaso no sufro cuando alguien, en alguna parte del mundo, está sufriendo? ¿Acaso su sufrimiento no es también el sufrimiento de mi Yo más profundo? ¿Acaso no sufro cuando un niño llora de hambre y me alegro cuando veo la alegría del marido abrazando a su esposa?

Traherne lo expresó muy bellamente:

Las calles eran mías, el templo era mío, y las personas también eran mías. Míos eran los cielos y el Sol, la Luna y las estrellas; todo el mundo era mío y yo el único Espectador [el Testigo] que gozaba de él. No existían groseras propiedades, divisiones ni fronteras, pues todas las propiedades y todas las divisiones eran mías; míos eran los tesoros y míos eran también quienes los poseían. Luego me corrompieron con muchas alharacas y me vi obligado a aprender las sucias triquiñuelas de este mundo que ahora desaprendo [...].
En la sensación simple de la existencia, en la que Yo-Yo soy el mundo, no caben los celos ni la envidia; toda felicidad es la mía, toda tristeza es la mía y, en consecuencia, cesa todo sufrimiento. Pero las lágrimas no cesan, ni tampoco lo hace la sonrisa ante la locura que supone la noción de que soy alguien más allá de mi propio despliegue. Cuando uno deja de ser alguien (cuando uno "abandona el cuerpo y la mente"), cuando uno permanece en la sensación simple de la existencia, en la sensación simple de Un Solo Sabor, el Yo-Yo descansa en la Vacuidad y abraza la totalidad del mundo de la Forma. Cuando experimento la existencia, la pura presencia, la Talidad no dual, la Esencia presente, me libero de ser esto o de ser aquello, meras formas del sufrimiento. Cuando descanso sin esfuerzo en la sensación simple y presente de la existencia, todo me viene dado.

Uno ya posee la sensación simple de la existencia. ¿Quién, pues, no está ya iluminado?>

Usted ya está iluminado
por Ken Wilder.

Teniendo en cuenta que Ken Wilber ha basado su trabajo en el despertar de la conciencia principalmente en el zen y el dzogchen, vemos como el planteamiento dzogchen rompe con cualquier planificación, estructuralismo o evolución, sobre el propio despertar.

“la iluminación ya está presenté, e intentar alcanzarla sería como intentar llegar caminando hasta donde están tus pies”.


El plano teórico tiene su validez en lo relativo, pero pierde su consistencia en lo absoluto. He ahí la necesidad de diferenciar conciencia de teoría, permitiendo sobre todo que la conciencia no quede sujeta o condicionada por un plano o mapa por muy bien elaborado que esté. Nos podemos servir del plano teórico como una guía, pero sin caer en la confusión entre teoría y la acción o trabajo de la conciencia. recordemos que: “la inteligencia espiritual es la única que puede hacerlo (la conexión) con la verdad absoluta, debería ir uno o dos estadios por delante de las demás inteligencias y servir de guía”. Una cuestión evidente es que la conciencia es inmanente con los cinco estados de conciencia de Jean Gesber: arcaico, mágico, mítico, mental, integral, pero al mismo tiempo trasciende los estados y su condicionamientos; la trascendencia de la conciencia, nos lleva a dejar que la misma conciencia espiritual deje el lastre de las limitaciones, dejando de estar sujeta a cualquier tipo de premisa o pre-establecimiento y sea ella misma en su cualidad auto-luminosa, ya que va o debería ir por delante de las demás líneas de inteligencia la que nos sirva de guía ante estadios y estados de evolución en la planificación teórica que no deja de ser un condicionamiento limitativo, aunque nos pueda servir para ubicarnos o no perdernos.

Dar el salto de lo relativo a lo absoluto o no dual, puede significar para la conciencia mental-racional una locura, como viene a mostrar el lama Tulku Chögyam Trungpa Rinpoché, uno de los guías o maestros de Ken Wilder, en su libro “loca sabiduría”. Sin embargo esta “loca sabiduría” basada en las enseñanzas del “Rimpoche Padmasambhava” hilan finamente la realidad de lo absoluto y lo relativo, conciliando “forma y vacío”, aunque el salto produce vértigo al tener que desprenderse de lo que consideramos seguro, estable y "objetivamente" cierto.

Finalizo con el tema de la ilusión y la desilusión, cuando encontramos una idea, creencia o teoria ilusionante nos contenta porque en ella vemos un objetivo a alcanzar, un cielo que nos espera, un nirvana acogedor, que nos saque de nuestra incertidumbre, de nuestros pesares o del mismo infierno, como le pueda suceder a alguien que encuentra en su nueva religión la esperanza de salvación, pero ante la ilusión nos encontramos con la desilusión, ya sea porque los planes no encajan con lo esperado, o porque se evidencia la dificultad de lograr el objetivo buscado. La desilusión forma parte de este mundo relativo, no es la primera ni la última vez que las torres de “babel” caen una y otra vez, buscando un objetivo, que en realidad se encuentra más allá de lo relativo.


La ilusión y la desilusión deben de formar parte de nuestro camino y de nuestra visión integral, la ilusión de un plan, de una propuesta, debe ser abordada a la vez con la desilusión de los objetivos, es decir, debemos afrontar tanto nuestra tarea individual como colectiva desde una aperspectiva sin caer en ilusionismos o sueños, que siempre giraran en torno a lo relativo, de lo circunstancial o temporal, afrontando en una visión o conciencia integral lo que no dejara de ser y estar en su correspondiente espacio en lo absoluto.

La ilusión y la desilusión forman parte de las enseñanzas dzogchen en su visión no-dual, siendo una de las bases de su trabajo no caer en el engaño ilusorio, cada verdad contiene su parte desilusionante, en el juego del apego y el desapego. Más allá de la ilusión y la desilusión la visión es plena realidad, encontrar el futuro en nuestro presente realista no tiene otro objetivo que la “talidad” ver las cosas “tal como son”.

Esta temática entre teoría y conciencia integral nos requiere discernimiento y claridad, este artículo es un simple esbozo sobre el tema, que merece amplia y profunda meditación y reflexión.

Atentamente:

Rafael Pavía.              29/07/2020.

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