Un rayo de Luz en la oscuridad

Un rayo de Luz en la oscuridad

Caminar a ciegas, verse rodeado de oscuridad, sentir la vida a media luz, entre penumbras y llegado el momento, gritar como J. W. Goethe en su lecho de muerte: “Luz, mas Luz”.

“Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron”. (Jn 1:5)


Cuando nos sentimos rodeados de circunstancias, hechos desagradables o insatisfactorios, buscamos nuestra pequeña porción de Luz que nos de alivio y cierta dicha, así como un sentirse seguros de la vida es así, con sus “malos tragos”. Extraer luz o conciencia de las tinieblas que nos rodean, es un arte que todos poseemos.

Primero debemos saber que existen dos tipos de verdad, una verdad relativa y otra absoluta, la verdad relativa es la que cada cual ve y entiende, mientras que la verdad absoluta es común a todos. Si comprendemos las dos verdades, nos será más fácil encontrar ese rayo de luz sobre nuestras tinieblas y las tinieblas de los demás. la verdad absoluta es sencilla, simple y diáfana, surge cuando descubrimos nuestra conciencia primordial y con ello comprendemos la naturaleza profunda de nuestra mente; mientras que la verdad relativa de cada cual es parcial, solo ve lo que uno cree o piensa, dejando al margen las demás perspectivas que unos y otros tienen.

Dios Jano bifronte.

Cuando navegamos por nuestras tinieblas con una simple verdad parcial, se nos hace difícil comprender a los demás, solemos enfrentar nuestra verdad parcial con las verdades parceladas de los demás, así cada cual cuida de su parcela donde reside nuestro “yo”, enfrentándose a los demás “tus”, convirtiendo nuestro convivir en un desavenir inacabable.

Cuando comprendemos que nuestra verdad personal es parcial y que cada cual tiene su propia verdad, entendemos que nuestra perspectiva no es completa y carece de plenitud, entonces vamos dejando las discusiones y enfrentamientos, permitiendo que cada cual sea libre en su parcelada verdad.

Si nos interesa descubrir la verdad absoluta, primero debemos de comprender ¿cómo hemos creado nuestra verdad parcial? Será entonces cuando esa luz que brilla sobre nuestras tinieblas será reconocida. Empezamos viendo como es nuestra parcela individual, vemos que nuestra mente tiene cosas positivas otras negativas aun sin saber el fondo o naturaleza de la mente. En la mente no hay nada concreto, cuando uno se sienta a meditar lo primero que ve es como la mente va divagando por aquí y por allá; y curiosamente cuando queremos concentrarnos en un problema determinado, parece que la mente nos esquiva, no quiere centrarse en el problema que queremos resolver, cuando salimos de la meditación y dejamos la atención o concentración vuelve el problema a molestarnos, vemos entonces que el problema quiere subsistir mientras estamos distraídos. Como dijo el cantautor y filósofo Facundo Cabral: “no estamos deprimidos, estamos distraídos”.

Cuando aprendemos a tener una mente en calma, podemos apreciar la diferencia entre una mente activa y una mente pasiva. La mente pasiva nos ayuda a relajarnos y comprender mejor como funciona nuestra mente, entonces veremos que la mente en su actividad o hiperactividad es contradictoria, un tanto superficial en sus menesteres y un tanto torpe a la hora de descubrir nuestro “yo”, la tarea que sigue es persistir en la calma mental, hasta que de modo natural podamos relajar la mente y mantenernos siquiera cuatro minutos en calma, podremos en esa etapa verificar que la mente no posee nada concreto, que todo lo que surge en la mente es de una naturaleza abstracta y que el mismo valor posee lo negativo que lo positivo, pues su naturaleza es efímera, momentánea, fugaz, incluido los éxtasis de una mente serena, decía Santa Teresa de Jesús que sus éxtasis largos venían a durar poco más de media hora, aunque los éxtasis son muy variados y dependen de cada cual y de su entrenamiento o técnica.


Una vez, hemos alcanzado una estabilidad en la práctica de la mente en calma, podemos ahondar en nuestro descubrimiento sobre la naturaleza de la mente, buscando al observador, es decir, buscando a quien observaba lo bueno y lo malo, lo pasivo y lo activo de la mente, esta etapa es la más sorprendente y maravillosa, pues al descubrir al observador dejamos nuestra parcela propia, entrando en un espacio incondicional, sin limitaciones, eliminando las habituales rejas, muros o condicionamientos espaciales que nuestra particular parcela ha recreado. Nuestra parcela propia, es donde se aloja nuestra identidad, nuestro “yo”, con todas sus limitaciones y creaciones, formadas por nuestros pensamientos, creencias, deseos, etc. Nuestra parcela, aunque este muy bien acondicionada, con su bonita casa, su jardín, etc. se convierte también en nuestro espacio condicionado, donde los límites y nuestra libertad estará cerrada o enclaustrada y me refiero a la parcela de nuestra mente.

Al reconocer al observador nos daremos cuenta que nuestra identidad, aquel que observa y está siempre presente en nuestros quehaceres conscientes e inconscientes, o en estado de mayor o menor atención, y que se aloja en nuestra mente superficial y profunda, es la Luz que está en nuestras tinieblas y que las tinieblas no reconocieron. Dicha Luz, nos revela la verdad absoluta, aquella verdad que nos es común a todos, que es sencilla, simple y diáfana, mostrándonos la auténtica naturaleza de la mente, con su espacio ilimitado e incondicional. La verdad absoluta lo incluye todo, lo abarca todo, es plenamente inclusiva, con lo que incluye la verdad relativa o propia de cada cual. Al acceder a la Luz, aquella que ha permanecido incluso entre nuestras tinieblas y que nos muestra la esencia y profundidad de nuestra mente, podremos verificar por sí mismos que nuestra parcela propia y la parcela de los demás es simplemente relativa, que no tiene concreción alguna y por tanto sus límites o condicionamientos son igualmente relativos o incluso ilusorios, por ejemplo, pongamos que hablemos de paz, libertad, o justicia, cada cual, dentro de su parcela vera su idea particular sobre la paz, la libertad o la justicia, o sobre la forma de ver la vida, si seguimos obcecados en nuestra parcela, solo podremos ver una parte, la nuestra, continuando en el batallar frente a la visión de los otros. En cambio, si descubrimos al observador, a la luz que nos devela la plenitud de sí mismos y de nuestra mente, podremos acceder al espacio que todo lo incluye, pues es ilimitado, dejando atrás todas nuestras barreras, bloqueos, limitadas perspectivas, etc.


Nos sucede que, al acceder al espacio ilimitado de nuestra mente, descubriendo al observador, como al pájaro que ha vivido siempre enjaulado y le abrimos la puerta para salga a volar, el pájaro descubrirá un espacio tan inmenso que es posible que regrese a su jaula, para sentirse seguro, y cuando se descubre que la seguridad también es parte de la jaula, y en la medida que descubrimos la inmensidad de nuestro espacio ilimitado también abandonaremos la “falsa sensación de seguridad” de nuestra jaula, para volar sin temor entre el espacio infinito. 



Atentamente:

Rafael Pavía.                                      30/12/19.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Meditación Contemplativa

La eliminación de “yo”.

Ilusión y desilusión espiritual