La desilusión existencial y espiritual
La desilusión existencial y espiritual
La desilusión forma parte de nuestro existir y aunque intentemos huir de las desilusiones, estas nos ofrecen la mejor de las lecciones en el arte del saber vivir. Se puede uno desilusionar de la existencia material, porque llega el momento en que se pierde el sentido de la vida, porque al fin y al cabo sabemos que nos espera el final de la existencia, y entonces no acabamos de verle un sentido real a nuestras vidas, incluso aquellas personas que poseen grandes riquezas y gran poder, pueden caer en el “nihilismo” o en el sentido de la “nada”.
También ocurre, que caigamos en la desilusión espiritual, entonces la lección de la vida se vuelve más profunda. Leyendo sobre la escuela de filosofía de Kioto, cuando Japón se empezó abrir a la cultura occidental, los profesores Nishida y Tanabe se adentraron en la filosofía occidental, encontrándose con el nihilismo o la nada existencial, siguiendo la trayectoria el profesor Keiji Nishitani tuvo un colapso en sus estudios europeos al encontrarse con Nietzsche y otros tantos filósofos occidentales, la visión nihilista de la nada le resultaba angustiosa, supero su angustia, y al final de sus días escribió el libro la “religión y la nada”.
La desilusión en nuestras vidas tanto en lo material, como en lo espiritual, nos sirve para poner los pies en la realidad humana con mayor profundidad. Nos sirve la desilusión en todas las áreas humanas, en el amor, en el arte, en la ciencia, etc. en tales desencuentros con las desilusiones nos vemos ante una falsa realidad que hemos construido, y no nos queda otro remedio que ahondar en una realidad más concreta y objetiva. Pero, cuando la desilusión espiritual hace mella en nosotros el sentido de la vida cae en picado, puesto que lo espiritual concierne a nuestra conciencia de sí mismos, a nuestra propia esencia como seres. Mientras que en otros campos del hacer humano, el arte, la ciencia, la metafísica, la filosofía, etc. aunque siempre tendrán su vínculo con la esencia humana, no se sumergen en tal esencia; mientras que la mística o lo espiritual aboca directamente hacia nuestro sí mismos.
La filosofía, la metafísica y la psicología giran en torno a lo teórico y especulativo, mientras que la mística o espiritualidad se dirige directamente hacia la experiencia de nuestra conciencia. La tragedia del nihilismo, tiene sus raíces precisamente en la especulación, en el raciocinio y lo teórico, con su naturaleza o talante frio. Mientras las religiones tienen su teología, sus dogmas y estructuras, que no impiden la desilusión espiritual que concierne al individuo a su experiencia y su conciencia, que tendrá que resolver su propio enigma sobre sí mismo. La religión puede aportar la parte emotiva o sentimental en nuestras vidas y creencias, donde la moral jugara su papel frente a la conciencia.
La desilusión frente a lo material y lo espiritual nos invita a una profunda reflexión sobre uno mismo, sobre la realidad de nuestra existencia y sus valores. Por ejemplo, frente a la desilusión del amor, tendremos que abrirnos a una nueva visión que nos permita una experiencia renovadora. Y hablo de experiencia, puesto que, frente a la desilusión las razones o creencias quedan invalidadas, aquí, debemos explicar que las experiencias aportadas por nuestros pensamientos, emociones, creencias, etc., son las que se derrumban ante la desilusión, por tanto, cuando nos referimos a una experiencia renovadora, tal experiencia concierne a nuestra conciencia; conciencia que reconocerá lo infructuoso de nuestra concepción o visión de la vida. Nuestra concepción del mundo, al fin y al cabo, ha sido un constructo creado por nosotros mismos.
Para que la experiencia de la conciencia surja frente a las desilusiones, tendrá que resolver el conflicto entre el mundo exterior y nuestro mundo interior. entonces la conciencia tendrá que examinar a nuestro “yo”, quien es el constructor o creador de nuestra particular realidad. El “yo”, se atiene a su concepción del mundo y de la vida, según ha sido nuestra aceptación de la cultura, la sociedad, las religiones, filosofías, etc. la desilusión nos viene cuando lo que hemos construido en sí mismos falla en su base, es decir, que reconocemos que nada de lo que hemos creado nos sirve. Vemos entonces como la religión nos ha fallado, también el amor, nuestras empresas, la política, etc. reconocemos que todo ha sido una fatua ilusión, que no tiene ni pies ni cabeza. Tal portentosa desilusión es una realidad que vivió el profesor de filosofía de Kioto Keiji Nishitani, pero también vivió tal desilusión la Madre Teresa de Calcuta, como cuenta en sus confesiones, donde dice, que no se sentía amada por dios. Estas intensas desilusiones son las noches oscuras de los místicos y de todos aquellos que han visto derrumbar su concepción del mundo.
Cuando la noche oscura quebranta nuestra alma, es cuando la conciencia vive una conversión, un cambio, una renovación; es entonces cuando “yo” quebrantado, deja paso a la conciencia, nuestra visión del mundo ya no se rige por nuestro “yo” y sus constructos, sino, que se da paso a ver las cosas “tal cual son” asumiendo una realidad exenta de interpretaciones preconcebidas. Las ilusiones de nuestro “yo” con sus esperanzas malogradas, dan paso, a una realidad concreta, clara, diáfana, exenta de deseos personales. En tal conversión, nuestra conciencia asume la realidad tal cual es, produciéndose una renovación y transformación de nuestros valores humanos que surgen de una conciencia depurada de todos los condicionamientos que nuestro “yo” había asumido.
Las crisis, las depresiones, las noches oscuras, las desilusiones, el dolor, etc. son producto de nuestro “yo” y sus tinieblas o ignorancia. En el arte de saber vivir, no hay que huir de nuestro dolor y las desilusiones, pues estas, nos confieren la mejor de las lecciones en la escuela de la vida. Enfrentarnos a nuestras tinieblas y desilusiones nos ofrecen un renacer, una resurrección, una visión realista de la vida, un conocimiento más pleno de sí mismos. Cuando persistimos en querer ver las cosas como “yo creo que son”, será nuestra misma opinión, creencia, dogma, etc. la que nos dará su perspectiva, así, recalamos en lo que el evangelio de Juan dice: “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1:5).
La Luz, es nuestra propia conciencia a la que se le puede atribuir diferentes nombres o equivalencias divinas, pero lo cierto, es que finalmente solo nuestra propia conciencia, podrá salir de sus tinieblas, de las desilusiones, salir de la confusión entre el mundo exterior e interior. Lo cierto, es que nuestra conciencia cuenta con los mismos atributos de la naturaleza, con las mismas cualidades y potencias que en el mundo hay, incluso sus propiedades son idénticas a las del universo que nos rodea, esto significa que nuestra conciencia en absoluto está separada de su entorno, de su universo. Quien separa el universo de sí mismo es nuestro “yo” y sus particulares creaciones, opiniones, creencias, dogmas, etc. La separación del “yo” de su entorno, es lo que origina finalmente la desilusión. Mientras que la conciencia de sí mismos, permanece aún en las tinieblas, siendo ella misma la luz, pues la conciencia es integral, capaz de incluirlo todo, para que en un ejercicio de auto-conciencia reconocer que somos nosotros mismos los co-creadores de nuestro universo interior y exterior.
Atentamente:
Rafael Pavía. 1 de diciembre de 2019.
La desilusión forma parte de nuestro existir y aunque intentemos huir de las desilusiones, estas nos ofrecen la mejor de las lecciones en el arte del saber vivir. Se puede uno desilusionar de la existencia material, porque llega el momento en que se pierde el sentido de la vida, porque al fin y al cabo sabemos que nos espera el final de la existencia, y entonces no acabamos de verle un sentido real a nuestras vidas, incluso aquellas personas que poseen grandes riquezas y gran poder, pueden caer en el “nihilismo” o en el sentido de la “nada”.
La desilusión en nuestras vidas tanto en lo material, como en lo espiritual, nos sirve para poner los pies en la realidad humana con mayor profundidad. Nos sirve la desilusión en todas las áreas humanas, en el amor, en el arte, en la ciencia, etc. en tales desencuentros con las desilusiones nos vemos ante una falsa realidad que hemos construido, y no nos queda otro remedio que ahondar en una realidad más concreta y objetiva. Pero, cuando la desilusión espiritual hace mella en nosotros el sentido de la vida cae en picado, puesto que lo espiritual concierne a nuestra conciencia de sí mismos, a nuestra propia esencia como seres. Mientras que en otros campos del hacer humano, el arte, la ciencia, la metafísica, la filosofía, etc. aunque siempre tendrán su vínculo con la esencia humana, no se sumergen en tal esencia; mientras que la mística o lo espiritual aboca directamente hacia nuestro sí mismos.
La desilusión frente a lo material y lo espiritual nos invita a una profunda reflexión sobre uno mismo, sobre la realidad de nuestra existencia y sus valores. Por ejemplo, frente a la desilusión del amor, tendremos que abrirnos a una nueva visión que nos permita una experiencia renovadora. Y hablo de experiencia, puesto que, frente a la desilusión las razones o creencias quedan invalidadas, aquí, debemos explicar que las experiencias aportadas por nuestros pensamientos, emociones, creencias, etc., son las que se derrumban ante la desilusión, por tanto, cuando nos referimos a una experiencia renovadora, tal experiencia concierne a nuestra conciencia; conciencia que reconocerá lo infructuoso de nuestra concepción o visión de la vida. Nuestra concepción del mundo, al fin y al cabo, ha sido un constructo creado por nosotros mismos.
Las crisis, las depresiones, las noches oscuras, las desilusiones, el dolor, etc. son producto de nuestro “yo” y sus tinieblas o ignorancia. En el arte de saber vivir, no hay que huir de nuestro dolor y las desilusiones, pues estas, nos confieren la mejor de las lecciones en la escuela de la vida. Enfrentarnos a nuestras tinieblas y desilusiones nos ofrecen un renacer, una resurrección, una visión realista de la vida, un conocimiento más pleno de sí mismos. Cuando persistimos en querer ver las cosas como “yo creo que son”, será nuestra misma opinión, creencia, dogma, etc. la que nos dará su perspectiva, así, recalamos en lo que el evangelio de Juan dice: “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1:5).
La Luz, es nuestra propia conciencia a la que se le puede atribuir diferentes nombres o equivalencias divinas, pero lo cierto, es que finalmente solo nuestra propia conciencia, podrá salir de sus tinieblas, de las desilusiones, salir de la confusión entre el mundo exterior e interior. Lo cierto, es que nuestra conciencia cuenta con los mismos atributos de la naturaleza, con las mismas cualidades y potencias que en el mundo hay, incluso sus propiedades son idénticas a las del universo que nos rodea, esto significa que nuestra conciencia en absoluto está separada de su entorno, de su universo. Quien separa el universo de sí mismo es nuestro “yo” y sus particulares creaciones, opiniones, creencias, dogmas, etc. La separación del “yo” de su entorno, es lo que origina finalmente la desilusión. Mientras que la conciencia de sí mismos, permanece aún en las tinieblas, siendo ella misma la luz, pues la conciencia es integral, capaz de incluirlo todo, para que en un ejercicio de auto-conciencia reconocer que somos nosotros mismos los co-creadores de nuestro universo interior y exterior.
Atentamente:
Rafael Pavía. 1 de diciembre de 2019.
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