Lo inconsciente y la conciencia

Lo inconsciente y la conciencia

Dividir la conciencia entre lo inconsciente y la propia consciencia, nos puede llevar al equivoco, puesto que la conciencia es integradora. A falta de conocer lo que es la conciencia en sí y su propia naturaleza, buscamos una respuesta racional para conceptualizar aquello que desconocemos; por ejemplo, se alude a que el instinto es o funciona de modo inconsciente, ya que actúa sin el procedimiento racional al que, si tildamos de consciente, pero lo cierto es que la razón se refiere a lo instintivo como inconsciente porque no es capaz de comprender el proceder de lo instintivo.

Al realizar una división entre lo consciente e inconsciente, damos un valor desmedido a la razón, desvalorando todas las demás funciones propias de todo nuestro Ser, que incluye todos los demás atributos que poseemos: el instinto, las emociones, capacidades motrices, inteligencia empática, etc.


Respecto a nuestros estados subconscientes, inconscientes o infra-conscientes, viene a suceder lo mismo. Por ejemplo, el mundo onírico o de los sueños se lo atribuimos a lo inconsciente, porque en realidad desconocemos la mecánica o naturaleza de nuestra psiquis en el estado onírico. Entonces decimos que nuestros símbolos oníricos representan esto o aquello, que son arquetipos milenarios, grabados en nuestra memoria colectiva, etc. Si solo apuntamos a conocer nuestros diferentes estados y naturalezas psíquicas y físicas de un modo racional, no podremos ver ni conocer cuál es en si la naturaleza propia de la conciencia.

También atribuimos en nuestro estado de vigilia, muchas acciones y conductas venidas de lo inconsciente, como hábitos que arraigados en nuestro fondo psíquico que condicionan nuestra forma de ser. También, sucede que hay carencia de auto-conciencia sobre sí mismos, por lo que atribuimos a todo aquello que desconocemos como lo inconsciente.


Aquello que denominamos como inconsciente, solo es falta de conciencia; esta falta de conciencia se debe a que creemos que nuestro estado de vigilia y racional de conciencia es lo único consciente y lo único válido. Nuestra conciencia nos permite ver, observar y conocer, sin tener que someterse a los parámetros racionales que son limitados. Hoy en día podemos ver con mayor claridad los límites de la razón, porque ya hemos hecho un uso prolongado de la razón, con lo que hemos podido ver hasta dónde nos puede llevar y por tanto ver sus límites.

Los límites de la razón son la dualidad, es decir todo lo polariza en dos opuestos: bueno-malo, alto-bajo, grande-pequeño, satisfactorio-insatisfactorio, etc. asumiendo la razón la división polar entre lo consciente y lo inconsciente. Más aquellos que dedicándose a la meditación y a la observación directa de la realidad, pueden comprender que solo existe diferentes intensidades de la conciencia.

La conciencia no realiza juicios de valores condicionados por factores humamos, es decir la conciencia no se queda limitada por la moral social, ni por el propio conocimiento adquirido y al cual le hemos dado toda la validez. La conciencia en su naturaleza propia indaga e inquiere constantemente en busca de respuestas certeras, más profundas y amplias. Sin embargo, la conciencia necesita un espacio, una apertura, para poder salir de sus condicionamientos corporales, instintivos, emocionales, racionales, etc.

La conciencia racional de vigilia impone sus razones en busca de una respuesta segura y valida, pero cuando reconocemos que la razón tiene sus limitaciones, entonces tenemos que abordar una visión sin los parámetros duales: exterior-interior, cielo-infierno, puro-impuro, sabiduría-ignorancia, etc. La razón en su dualidad lo limita todo cosificando todo lo que pretende conocer, todo lo mide, lo pesa, lo cuantifica, y haciendo un examen racional de aquello que estudia muestra un resultado con el cual pretende haber comprendido cabalmente su estudio, certificando el resultado como cierto. Pero la certidumbre real de la vida no es cuestión de cosificar, numerar, medir, sopesar, cuantificar, etc.


Conociendo los límites de la razón, podemos observar y ver la naturaleza de las cosas y la vida sin sujetarnos a parámetros preestablecidos que nos condicionan y limitan nuestra comprensión. Lo que denominamos como inconsciente resulta subjetivo o desconocido, son aspectos que no se pueden medir, pesar, cosificar, numerar, etc., por tanto, no son formas materiales sino formas psíquicas abstractas, como son los arquetipos del héroe, del anima, la sombra que es aquello que no aceptamos de nosotros mismos, pero estos elementos del inconsciente no pertenecen a un mundo diferente del estado de vigilia, es decir que lo que denominamos lo consciente e inconsciente pertenecen al mismo mundo, manifestándose en diferentes estados ya sea el estado onírico o estado de vigilia, siendo ambos un mismo mundo, continuamente vinculados. Por lo que los arquetipos también pertenecen al estado de vigilia.

Todo aquello que desconocemos de nuestra realidad onírica, actúa también en nuestro estado de vigilia, por tanto, la comprensión de nuestra realidad debe de abrirse e intensificarse; abrirse entendiendo que aquello que es abstracto, inmedible, incuantificable, etc. es una realidad que se desmarca de lo racional, mientras que hay que intensificar nuestra percepción de la realidad, mediante la conciencia para aunar aquello que es abstracto y lo tangible.


Surgen en estos tiempos el interrogante por parte de los neurólogos y psicólogos, de que si nuestra voluntad y acciones ya vienen predeterminadas, de hecho ya se han hecho experimentos que demuestran que nuestro cerebro antecede o se anticipa a cualquier actividad o acción o decisión que vamos a realizar (para informarse al respecto leer el libro del profesor en fisiología humana Francisco J. Rubia: El fantasma de la libertad) por ello surge tal interrogante ¿estamos realmente tan condicionados, que todas nuestras decisiones y acciones ya están predeterminadas? Si esto es cierto como ya se ha podido comprobar, entonces ¿dónde están nuestros actos voluntarios o conscientes? La respuesta es una falta de atención o intensidad de nuestra conciencia tanto en el estado de vigilia como en el estado onírico.

“Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad… lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino” 
                                                                       C.G. Jung
Mientras dejemos actuar lo inconsciente tanto en el estado de sueño y sobre todo en el estado de vigilia, nuestra comprensión sobre la vida y sobre sí mismos será pobre y deficiente, lo que nos llevará a tener siempre la incertidumbre de la ignorancia en cada paso de nuestras vidas. ¿somos dueños de nuestras vidas, somos capaces de modificar la vida, de cambiarla, de transformarla, etc.? o es nuestra vida es una suerte de condicionamientos que desconocemos y que nos conducen por miles de derroteros y laberintos que no comprendemos y que nos arrastran de un lado a otro.


La conciencia en su apertura e intensidad accede a un estado integral donde abarca lo tangible y lo abstracto, lo onírico y el estado de vigilia, pasando de una lógica racional a una lógica intuitiva que nos permite comprender todo aquello que se escapa de ser medido, cuantificado, numerado, cosificado, etc. La conciencia integral abraza la totalidad de sí mismos sin caer en la dualidad de lo consciente e inconsciente, sin dividir nuestro mundo entre arriba y abajo, cielo o infierno, pasado o futuro, satisfactorio o insatisfactorio. La conciencia integral unifica la realidad de nuestras vidas en una totalidad, comprendiendo que aquello que la razón excluye en lo inconsciente forma parte de “un todo integral”.

Las respuestas definitivas y certeras que busca la razón son deficientes, carecen de la propia facultad de la conciencia despierta, activa, abierta, e intensificada, que nos permitirá ver la realidad de nuestra propia vida sin caer en lo subjetivo o incoherente. La vida y la naturaleza de nuestro mundo conviven en una continuo aprendizaje y transformación que los propios impulsos de la vida con su conciencia incluida nos develaran la realidad, unificando toda polaridad de los contrarios, pues todo lo contrario u opuesto son siempre complementarios.

De modo que lo inconsciente y lo consciente son dos aspectos de una misma cosa, dos polaridades que se complementan mutuamente, así lo abstracto y lo tangible son complementarios. Si comprendemos que nuestro inconsciente es a-racional, es decir que no está sujeto a las funciones de lo intelectivo, podremos abrirnos a una visión más plena e integradora de lo que en sí somos y de la propia vida.

La inteligencia emocional que en estas tres últimas décadas se ha popularizado en occidente, estuvo anteriormente dentro de la época moderna sepultada y condicionada por la razón, ya que en cierto modo se consideraba a las emociones como irracionales, por tanto, subjetivas desde el punto de vista racional. Pero como hemos dicho es nuestra conciencia quien más allá de la razón, siempre busca respuestas más validas, ampliando y profundizando en nuestra forma de ver la vida.


La conciencia integral nos permite ver con plenitud la naturaleza propia de la conciencia, siendo esta una unión de lo abstracto y lo tangible, una unión entre los contrarios siempre complementarios, permitiendo ver la vida en su plenitud, sin caer en visiones parciales que desenfocan la realidad.

La conciencia en su naturaleza prístina y original, es “Uní-Total”; según veamos y consideremos a nuestra conciencia, esta se condicionará o limitará, según como veamos nuestra conciencia así será nuestra forma de ver y vivir nuestras vidas.


Atentamente:

Rafael Pavía.                                            22/ 06/2019.

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