La conciencia, la compasión y el silencio

La conciencia, la compasión y el silencio.

La conciencia se observa al reconocer nuestro modo de ver el mundo, tal como vemos el mundo y a nosotros mismos así de conscientes seremos, por ello, solemos decir: hay que hacer o tomar conciencia histórica, conciencia ecológica, educativa, social, etc., También tenemos que hacer conciencia de “sí mismos”, en este ejercicio de tomar conciencia de sí mismos, tenemos una dirección que nos encamina hacia la compasión, ya que como sabemos todas las tradiciones espirituales que buscan el despertar de la conciencia equiparan la iluminación con la obtención de la compasión, como dicen los budistas en su tradición que se fundamentan en el “Bodichita” que podemos traducir, como: conciencia despierta y compasiva; siendo, este bodichita sinónimo de la caridad cristiana. Por lo que elevar nuestra conciencia implicara mayor capacidad de compasión, amor, bondad, etc.


Digamos que la compasión remueve conciencias, y la conciencia busca el amor; en principio se busca el amor como un consuelo, como un modo de aliviar nuestras penas y desgracias, nos amparamos en el amor o compasión divina, y de los grandes místicos o santos, también en el amor de la familia, etc. Pero el amor y la compasión no son conformistas, ni cae en la dejadez, de ahí el impulso que nos lleva a hacer conciencia de cada aspecto de nuestras vidas. Por lo que la compasión o la conciencia nos puede resultar incomoda, cuando nos toca a nosotros tener que consolar y ayudar a nuestros semejantes.

Hay quien se dedica por completo a ayudar a sus semejantes, lo que denominamos una “vida de sacrificio”, y he ahí, la incomodidad del sacrificio o esfuerzo, dejando uno atrás su propio consuelo, para asistir a los demás. Renunciar a uno mismo, para ayudar a nuestros semejantes es un paso que nos abre las puertas hacia la iluminación y el despertar, lo que nos permitirá tener una visión más completa e integral de la vida, comprendiendo el sentido propio de nuestras vidas; esta, sería la referencia que todas las corrientes espirituales nos indican.

Cuando nuestra conciencia nos impulsa hacia su despertar, nos remueve todo nuestro Ser, buscando razones, motivos, comprensión, respuestas, etc., que nos permitan dilucidar como vivir, como ver la humanidad, el mundo y la propia vida.


La actividad de la conciencia, también nos impulsa a buscar un tiempo para sí mismos en busca de respuestas que puedan conciliar nuestra visión del mundo, con la realidad propia del mundo y la vida. ¿de qué sirve el sufrimiento? ¿de qué depende nuestra felicidad? de factores sociales, familiares, políticos, económicos, etc. Cuando buscamos la comprensión y una visión más amplia y profunda del mundo, siempre recaemos en nuestro particular “yo” o visión del mundo, tal visión es revisada por la conciencia cuando esta se activa y mientras nuestra conciencia nos impele hacia su propio despertar, la revisión o reflexión de sí mismos es constante o permanente.

La meditación, la contemplación y el silencio, son las herramientas más útiles para que nuestra conciencia encuentre el espacio necesario para su reflexión, comprensión, inspiración, etc. Alcanzar el silencio interior, es decir cuando hallamos paz, serenidad, y con ello cierta lucidez, que nos proporciona estar en el presente, en el aquí y ahora, nos estamos dando la oportunidad de ver el mundo con una perspectiva diferente al uso común de nuestra mente ordinaria o de nuestro “yo” en su cotidianidad. Con el silencio aprendemos a despejar nuestra mente, facilitando una continua apertura, que revisara y modificara nuestra visión del mundo y de sí mismos.


El silencio es para la conciencia un espacio donde renovarse, donde podemos recibir, nueva luz, comprensión y una fuerza que nos sigue motivando hacia el despertar, incluso trascendiendo la lógica usual o racional de nuestro diario vivir.

En el silencio encontraremos la fuente de la compasión, ya que en el silencio profundo no hay limitaciones, no existen prejuicios, ni condicionamientos que obstruyan una visión más clara y lucida de nosotros mismos y por tanto de la humanidad. El silencio nos permite sintonizar con el “todo” pues no excluye nada, dejando nuestros prejuicios sobre lo bueno y lo malo, dejando nuestros parámetros habituales o condicionamientos, proporcionando una apertura que es toda inclusiva, integral; que nos acerca a esa fuente de la compasión donde la “Unidad”, se concilia y abraza con una visión universal, dejando atrás nuestra visión parcelada de nuestro “yo” cotidiano.

La compasión no requiere de ningún requisito previo para manifestarse, eso se comprueba con el silencio. En el silencio no hallamos escusas, ni justificaciones, ni condenas, ni ningún otro impedimento, que condicione la conciencia y su natural conexión con la esencia misma de la vida. En tal esencia de la vida, en ese origen primordial de la vida, la conciencia y el amor, es el hábitat natural y común de y para todos. Por ello todos los guías, maestros, místicos, de la humanidad apuntan a la compasión.

El silencio, es un consuelo para uno mismo y para los demás, en el silencio no hay condiciones para que cualquiera pueda experimentar una visión común o universal, no existen en el silencio programas, métodos, precondiciones, calificaciones, para conciliarse con un “todo”, con una “unidad”, que permita realmente amar. El amor, no impone ninguna condición para amar, eso se reconoce en nuestro silencio profundo, donde nuestro “yo” cotidiano se silencia, ante un espacio incondicional.


El silencio, la conciencia y el amor comparten ese espacio incondicional totalmente abierto, el silencio nos proporciona paz y libertad, ya que no hay nada en el silencio que nos presione, ni nos obligue, ni nos condicione.

El silencio y la meditación contemplativa requieren de los pasos naturales para que nuestra conciencia se familiarice con nuestra naturaleza esencial, aquella que es la naturaleza propia de sí mismo, en eso, coinciden todas las corrientes espirituales del mundo. Siendo los formatos, programas y los métodos de las religiones o corrientes espirituales las que si ponen condiciones para obtener las cualidades o requisitos para ser aptos al objetivo final del despertar de la conciencia, pero, todos estos formatos, programas y condiciones, son artificios para guiarnos hacia el objetivo, que finalmente recae en un fin común, al que ya hemos eludido, esto es, un espacio abierto, incondicional, integrador, donde la unidad surge de modo natural mediante la compasión.

La compasión y el amor no requieren de aptitudes, ni de condiciones, ni de obligaciones, ni de preparaciones; igualmente el silencio, es un estado natural de contemplación que no requiere de artificio alguno, siendo el silencio tan sencillo y simple como natural. La dificultad del silencio viene de nuestro “yo” lleno de complicaciones, miedos, inseguridades, protagonismos, reglas, normativas, deseos personales, etc. pero el silencio en sí, carece de las cortapisas del “yo”.


Si solo atendemos a nuestro querido “yo” sus deseos y demás complicaciones, no nos dejaran escuchar el silencio. Si, por el contrario, damos opción a escuchar el silencio, este, de modo natural nos abrirá las puertas a trascender toda dificultad y complicación, pues el silencio, al carecer de dificultades auto-impuestas y de complicaciones auto-elaboradas, nos permite una comprensión que nuestra mente ordinaria no puede percibir ni alcanzar.

Atentamente:

Rafael Pavía.                               28/ 06/ 2019.

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