La Santísima Trinidad y su misterio en la Unidad

La Santísima Trinidad y su misterio en la Unidad.

Fue en el concilio en Constantinopla (381 d.C.) que se indicó que el Espíritu Santo es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo, sugiriendo también que era consustancial a ellos, no sin previos y largos debates teológicos.


En términos psicológicos la trinidad espiritual se plantea en tres personas del siguiente modo: 1º el padre, que es el Padre Nuestro, el de todos. 2º el Hijo, como el dios íntimo, el que sentimos en nuestro interior, 3º el Espíritu Santo, visto como la gracia divina que da forma y vida como substancia divina, causante de todos los milagros incluido el milagro de la existencia o vida. De este modo, se concilian las tres personas en una, el Espíritu Santo dando forma a nuestro cuerpo físico y psíquico, el Padre como el espíritu supremo de todos, es el dios colectivo o “padre nuestro” en plural, siendo el Hijo o el Cristo el conciliador, el dios intimo que se encarna en la tierra para unir mediante la conciencia lo de arriba y lo de abajo, la tierra o la forma con el espíritu celeste.

El sagrado número tres para los griegos era visto por Platón como la unión entre cuerpo, espíritu e intelecto, para Aristóteles como un numero completo que describía el principio, el final y el recorrido o tránsito entre principio y final. Para los cabalistas creadores de la cábala y el Árbol de la Vida, el número tres conforma el primer triangulo de la creación denominado el triángulo del Logos, la palabra o verbo. La teología cristiana tuvo que deliberar largo tiempo, para encajar las tres personas en una y de ese modo ajustarse a lo que la tradición griega y hebrea planteaban respecto al sagrado número tres.

El misterio de la Santísima trinidad, donde tres aspectos diferentes forman una sola persona o entidad, se ve en otras religiones como en el Brahmanismo con Brahma, Visnú y Shiva, o en el budismo con los tres Kayas o trikaya formado por el Darmakaya (cuerpo de la verdad) el Sambogakaya (cuerpo de gozo) y el Nirmankaya (cuerpo de la forma del buda). La trinidad unida e inseparable en su misterio, pretende unificar materia y espíritu, mediante la conciencia.


Escribo ahora este texto sobre la trinidad al ver como algunos cristianos occidentales, han visto como su fe, se ha quebrantado por el ateísmo o escepticismo imperante ante un dios todo poderoso, que parece nos ha abandonado a nuestra suerte. He escuchado como estos occidentales sienten su espiritualidad como algo íntimo, personal, pero que choca con el dios antropomórfico todopoderoso que se ha inculcado por siglos en nuestra cultura. Los dogmas teológicos del cristianismo no encajan con la visión contemporánea del mundo occidental, cuya forma empírica de investigación ha matado a dios como dijo el filósofo Nietzsche, que no renuncio a la divinidad pues planteaba regresar a las divinidades naturales griegas que consideraba más eficaces para la naturaleza humana, mientras que aborrecía la hipocresía o doble moral que el cristianismo de su época, que según Nietzsche paralizaba el avance de la humanidad. La cuestión es que los que hemos sido educados en el cristianismo sufrimos la paralisis de nuestra espiritualidad intima frente al dogma de un dios que no acabamos de comprender, un dios que todo lo puede y que sin embargo nos tiene abandonados a nuestra suerte, que cada vez resulta más angustiosa.

¿Como podemos conciliar el dios intimo o nuestra espiritualidad personal con un “Dios Nuestro” o de todos? Esta es la brecha que muchos encuentra al rezar, al intentar congeniar lo propio con lo colectivo, lo mío con lo nuestro, o con un dios todopoderoso que controla toda la existencia; claro, esta visión del dios todopoderoso o dogmático es el que queda fuera del alcance de nuestra concepción actual de ver el mundo, sim embargo, nuestra espiritualidad intima nos dice que el espíritu concierne a todos incluyendo a los animales, plantas y todo el mundo.

Mi visión es la siguiente, al rezar el Padre Nuestro no olvidemos que es el padre en plural, el de todos. Es habitual al rezar el padre nuestro que lo hagamos desde nuestra intimida y para nuestra intimidad, pero entonces faltamos a la propia expresión de que es nuestro, un dios colectivo, seguidamente pedimos que nuestros pecado o errores sean perdonados en la medida que perdonamos a nuestros deudores, lo que nos implica con el resto del colectivo, y previamente decimos que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra, con esta frase buscamos la unión entre materia y espíritu, una unión, donde debemos percibir, que la oración va más dirigida a lo nuestro o colectivo que a lo propio o individual, pues la voluntad celeste va con todos y la voluntad terrestre solicita de tal unión.


Básicamente la brecha abierta la encontramos entre el individuo o lo particular y lo nuestro y colectivo. Si aceptamos que existe un espíritu que anda sobre toda la faz de la tierra y que a todos nos incube ¿cómo nos conciliamos con tal espíritu? Lo cierto es que al des-configurar un dios todopoderoso, sentimos que nos hemos quedado huérfanos, que al rezar no alcanzamos a conectar con el espíritu universal.

Para conciliar lo universal con lo individual tenemos que apelar a Cristo, como mediador entre lo de arriba y lo de abajo, entre lo individual y lo colectivo ¿cómo? tomando conciencia de nuestra naturaleza comunitaria. Todos somos Uno, la multiplicidad se perfecciona en la unidad, la falta de conciencia de lo comunitario de lo nuestro, es lo que crea la brecha entre lo individual y lo colectivo. Dios como nuestro unifica cada individuo en una colectividad universal, ¿cómo se experimenta tal unidad? Solo encontramos un medio real, este medio es la compasión.

Si pensamos que dios nos abandona a su suerte, es porque situamos a dios en un exterior ajeno a nuestro interior, en esta división o separación nos desmarcamos del resto, y ahí, empieza el conflicto dual y separatista. La compasión, es la que nos atribuye la facultad de volver a unir lo que realmente nunca estuvo separado. La compasión se encarna o representa por el hijo el Cristo, quien dijo: “Yo y el Padre Uno somos”(juan:30:33). Retomar conciencia de este vínculo entre lo individual y lo colectivo o universal, es lo que la compasión ofrece en su naturaleza incondicional.

La compasión es realmente el misterio que integra la trinidad, lo material y lo espiritual, lo personal y lo plural, lo único y el todo. La compasión en su estado natural (y no la artificial compasión o el que pretendemos crear en base a nuestras especulaciones) es ecuánime, incondicional, sin establecer premisas. La compasión es completamente abierta y todo incluyente.

De este modo la compasión unifica lo nuestro con lo personal, si creemos que dios nos abandonó, es porque dejamos de tener esa conciencia colectiva o de unidad, siendo la manera fácil de confundirnos y justificar nuestro exacerbado individualismo. Si creemos estar huérfanos del Padre Nuestro, es sencillamente porque seguimos encerados en nuestra pequeña parcela individualista. Mientras que nuestro espíritu intimo nos demanda la unidad, recuperar la compasión, e integrarnos en lo universal.

Atentamente:

Rafael Pavía.                      01/07/2020.

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