El Libro de los muertos tibetano I



El Libro de los Muertos Tibetano

El libro más editado del viejo Tíbet en occidente es el “Libro de los muertos tibetano” conocido como el “Bardo Todol” (bardo: tránsito, todol: liberación por el oído), sus enseñanzas llegaron a occidente gracias a Evans-Wents (1878-1965) quien tradujo y edito este libro, luego otros como Giuseppe Tucci le siguieron, interesándose por estas enseñanzas numerosos intelectuales de la época como fue C.G. Jung, Mircea Eliade, Joseph Campbell, etc. el interés fue creciendo en todas las esferas públicas, ofreciendo una visión extraña para los occidentales pero muy atractiva por su exotismo y por sus enseñanzas que relatan el paso o transito sobre la muerte como una práctica experimental.



Sinceramente en estos momentos de confinación, donde todos escuchamos por las noticias las estadísticas de contagiados, víctimas  fallecidos, etc. no sabía que escribir, pues es una situación nueva e inesperada que nadie se imaginaba hace un par de meses, este confinamiento, que sin duda nos hará reflexionar; realmente yo no sabía que decir, como transmitir ánimos y como salir con algo más de sabiduría de esta crisis. Y como funciono a golpe de chispas, me ha venido a la cabeza las enseñanzas del Bardo Todol, creo que escuchar las estadísticas con el número de fallecidos, víctimas, enfermos, etc. nos lleva a sentir el rumor de la muerte por nuestras calles. Y creo que huir de la muerte, mirar a otro lado, es un tanto irónico, enfrentarse a la muerte es una lección más en nuestras vidas, dejar pendiente esta asignatura nos causara mayor dolor cuando pasemos la prueba del examen final. Quizás suene esto un tanto melodramático, y lo queremos evitar con cifras, cálculos, estadísticas, posibilidades, etc. pero lo cierto es que el rumor y el susurro de “la Parca” acecha por nuestro vecindario.


El Bardo Todol contiene unas enseñanzas extraordinarias, que más allá de su exotismo y su simbología budista, posee una certeza de prácticas de meditación para familiarizarnos con el transito-bardo de la muerte. Para los occidentales que no están familiarizados con las enseñanzas budistas del Tíbet, les puede resultar un galimatías entender estas enseñanzas, sin embargo, cuando se conocen estas enseñanzas sus planteamientos se vuelven sencillos y vividos.

El Libro del Bardo Todol se dice fue escrito por el sabio Padmasambhava introductor del budismo tántrico en Tíbet, en el siglo VII, sus enseñanzas primero fueron secretas transmitidas de maestro a discípulo, sin extenderse púbicamente hasta que en el siglo XII Karma Limgpa descubrió el “terma” (libro sagrado) del Bardo Todol, siendo la indicación o señal de que se debían publicar y extender a toda la comunidad budista del Tíbet, siendo a las fechas de hoy extendidas estas enseñanzas por todo el mundo. En estas enseñanzas que pertenecen al Dzogchen (gran perfección) no existen creencias dogmáticas sobre el cielo y los infiernos o sobre la rueda del samsara, rueda de nacimientos y muertes en la que creen los hindúes y budistas, lo esencial y básico de estas enseñanzas es despertar o darse cuenta de cuál es nuestra naturaleza esencial o primordial. Vamos a hacer el intento de simplificar estas enseñanzas quitándole todo el exotismo y ornamentos, para quedarnos con lo práctico, con aquellas prácticas y enseñanzas que nos descubran cuan cerca está la muerte de nosotros y cuanta sabiduría podemos sacar de ella, un sabio maestro mío decía. “de la vida algo se aprende, pero de la muerte todo se aprende”. Pueden sonar lúgubres estas palabras, pero la verdad es que, conociendo la muerte y su cercanía, podemos darle un sentido más profundo a nuestras vidas, conociendo las dos caras de la vida: el nacer y el morir.

Tuve la fortuna de conocer al lama Gueshe Tanding Gyasto quien mayor en edad que le actual Dalai lama vino a España a transmitir las enseñanzas budistas, Este siendo el mayor de los monjes en Europa, se encargaba del ritual de Bardo Todol, donde se acompaña al difunto mientras vive el tránsito hacia la muerte. Gueshe Tanding Gyasto tuvo la fortuna de morir en un nirvi-kalpi-samadhi, esto es en estado de iluminación y logro reencarnar el 9 de febrero de 2009, en el campo de refugiados de Dehradun, en India, nació Kentrul Tenzing Samtem Rimpoché, hijo de Phurbu Dorje y Dechen Chodron, y ha sido reconocido por Su Santidad el Dalai Lama como la reencarnación de Kyabye Khensur Tamding Gyatso Rimpoché. Así que mi amigo Gueshe Tanding Gyasto está de vuelta con nosotros para seguir proporcionando sabiduría, y digo amigo porque así me reconoció en nuestro primer encuentro.


Gueshe Tanding Gyasto y niño reencarnado Kentrul Tenzing Samtem Rimpoché

¿qué significa eso de morir en un estado de éxtasis o samadhi? ¿se puede dar este hecho? Y ¿qué sucede en el caso de fallecer en estado de éxtasis? Estas preguntas y sus respuestas están en el Bardo Todol.

Morir en estado de éxtasis, significa morir con la mayor lucidez y conciencia posibles, y si es viable, conociendo lo que nos va a acontecer durante el tránsito de la muerte. Al morir somos reducidos a nuestra quintaesencia, a lo primordial, a lo primigenio, de modo que nuestra conciencia retorna a su estado original, esa conciencia se expresa como “luz”, la famosa luz que ven los que han pasado por experiencias “post-mortem”. Las enseñanzas dzogchen se encaminan directamente al reconocimiento de esa conciencia primordial que ellos denominan “Rigpa”, cuando el discípulo despierta en la luz primordial se dice que “el hijo y la madre clara luz se han unido”. Lo difícil en estas enseñanzas es mantenerse en la conciencia primordial, estabilizarse en la luz, por lo que no basta reconocer la conciencia primordial sino vivir con ella. Vivir con la máxima luz, con la mejor conciencia que es aquella que no está condicionada ni sometida, es decir la conciencia original.

Morir en estado de éxtasis, es un logro que todo gran meditador puede alcanzar, siendo que al ser reducidos a la quintaesencia se fusionan sin obstáculos con su conciencia original, mientras que los comunes mortales percibimos esa luz maravillosa y extraordinaria pero no la reconocemos, nos resulta extraña y desconocida, y aunque se llega a sentir un bienestar, paz y felicidad, nuestra propia falta de reconocimiento y estabilidad en la luz original nos sacara de la luz, para introducirnos en un tránsito cuyo devenir será una intensa recopilación de lo vivido, con un final inesperado por falta de conciencia y conocimiento sobre tal tránsito.

La sencillez y simplicidad de la luz original o conciencia primordial siempre permanece con nosotros según las enseñanzas dzogchen, esta luz o claridad nos muestra las cosas “tal como son” sin articular, ni montar, ni elaborar, ni estructurar, nada que ya hayamos preconcebido, frente a la conciencia primordial encontramos una realidad relativa, transitoria y finita, mientras que la conciencia que observa lo relativo, o transitorio y finito es la luz o conciencia que debemos descubrir, es el observador y no lo observado lo que debemos reconocer, es decir, lo primero que descubrimos en el dzogchen es al observador, que como un testigo siempre presente nos ha acompañado desde siempre. El testigo presencial de nuestros aconteceres diarios, el observador goza de unas cualidades exentas de condicionamientos, no siendo así por parte de nuestro “yo mundano” que bajo todos los condicionamientos sociales, personales, familiares, etc. ha configurado una realidad llena de auto-limitaciones, prejuicios, creencias, especulaciones, cánones, etc. Por tanto, descubrir al observador implica descubrir nuestro “yo”, descubrir lo viejo y lo nuevo dentro de nosotros, lo nuevo surge de una observación incondicionada, mientras que lo viejo forma parte de lo ya adquirido y establecido por nuestro “yo”, donde el propio “yo” se auto-afirma.



Morir en estado de éxtasis permite ver la realidad relativa, finita, transitoria, sin ser absorbidos por tal realidad transitoria, permaneciendo en estado de contemplación, una contemplación que observa con luz clara nuestro mundo interior o psíquico, como si estuviera viendo o contemplando cualquier paisaje natural, urbano, caótico, paradisiaco, etc. en tal contemplación los fenómenos psíquico-mentales, se observan sin identificación por parte de la conciencia original, ¿cómo es dable tal estado contemplativo? Aunque parezca chocante, este estado de luz clara es totalmente espontáneo, pues no puede ser elaborado, ni construido, ni planificado, ni programado, pues de ser así, partiría de lo ya establecido o planificado, por tanto, es un estado puro e incondicionado, nuevo y espontáneo, este estado que según la tradición dzogchen pertenece al “Darmakaya o cuerpo de la verdad”, es nuestra propia conciencia innata, no nacida, atemporal.

Repetimos, ante lo relativo y circunstancial, ante lo transitorio y finito, tenemos nuestra conciencia que, si o si estará presente observando lo que nos acontece, es la conciencia observando, la que desde sí misma debe reconocer su presencia independientemente de que nos encontremos en un estado terrenal, celestial o infernal. Al situarnos en posición del observador, al descubrir quien observa, descubrimos nuestra presencia inmutable, situándonos en tal presencia podemos adquirir las cualidades innatas y originales que nuestra propia conciencia es capaz de originar en cada nueva circunstancia, permitiéndonos a la vez, mantenernos en estado de lucidez y claridad o estado contemplativo.



La contemplación de la gran perfección, es no-dual, es decir es activa y pasiva, pues su naturaleza espontanea no es condicionada por el tiempo, por lo establecido, por lo previo, por lo que, la contemplación es totalmente abierta tanto en la actividad como en lo pasivo. De tal modo que, aunque nuestra capacidad racional, que siempre actúa en relación a lo ya conocido o establecido, se desconcierta ante la espontaneidad de la conciencia original e incondicional. Esta condición innata de nuestra conciencia es fácilmente reconocible en los niños o bebes, que aún no están condicionados, formados o estructurados, siendo los niños espontáneos, abiertos, con una sorprendente capacidad de asombro, lamentablemente los niños terminan como los adultos programados en todos los niveles, asumiendo su existencia sin cuestionarla, dando por real y cierto todo lo que la existencia relativa ofrece; perdiendo la espontaneidad, la capacidad de asombro y demás cualidades innatas de la conciencia.

Concluimos este primer artículo sobre el libro de los muertos tibetano, comentando que la muerte tiene diferentes modos de verse, de experimentarse, de concebirse; la muerte no tiene por qué ser así o asa o de aquella manera, tampoco la existencia tiene que ser así, asa o de aquella manera, lo fundamental es aprender a ver con máxima claridad, lo que nos lleva a observar sin condicionamientos.



Atentamente:

Rafael Pavía                          24/03/2020.





  






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