El silencio y el no Ser

El silencio y el no Ser

Todos nuestros conflictos se disuelven en el silencio; alcanzar el silencio es llegar a las profundidades de nuestro Ser. Diferentes escuelas como los pitagóricos y los platónicos iniciaban a sus neófitos en la práctica del silencio, y entre 3 o 5 años los neófitos debían de guardar silencio y aprender a escuchar. Siguiendo en la filosofía gnóstica, los valentinianos bajo la influencia platónica configuraron una teología, cosmología y antropología con 30 aeones (emanaciones sempiternas) que emparejaban como masculinas y femeninas, siendo la primera tétrada la siguiente:

Masculino - Femenino

Abismo insondable - Silencio

Mente - Verdad

Palabra - Vida

Antropos - Iglesia


El primer aeon, era el abismo insondable y su pareja el silencio, así el silencio se convierte en la práctica que nos une con la profundidad insondable del Ser. Son también las técnicas de meditación orientales las que se inspiran en el silencio, para encontrar lo profundo del Ser, y hallar la realidad sin reflejos o espejismos.

La voz del silencio, como se refería H.P. Blavastki (fundadora de la teosofía) es la elocuencia de la sabiduría. Así el silencio se convierte en la práctica más efectiva para la observación clara y diáfana de nuestra presencia inmutable.

El silencio aparenta ser un túnel sin fin ante todo el ruido y movimientos que nuestro cuerpo y mente producen, sin embargo, es la llave que abre la puerta a la infinitud. Cuanto más nos familiarizamos con el silencio, más claridad encontraremos, mejor podremos ver cuál es nuestra realidad humana y divina, conciliando ambas naturalezas en una conciencia no-dual. Ya, que entrados en el silencio las fronteras son disueltas, la separatividad desaparece, pues en el silencio no hallamos nadie que condene, ni que justifique las acciones, pensamientos o emociones, por lo que la comprensión o sabiduría surge de una conciencia pura, incontaminada y plenamente lucida.


La práctica del silencio requiere tres pasos, aunque cada tradición busca el silencio según su costumbre, los tres pasos que aquí indicamos en síntesis pueden verse en las enseñanzas del budismo Mahamudra. Primero, ver lo negativo y positivo de la mente, en este paso discernimos sobre aquello que nos perjudica y lo que nos hace bien, en sí, es hacer una valoración de nuestra conducta, observando lo que nos da satisfacción y lo que nos produce insatisfacción, etc. entra aquí en juego el apego y el desapego, la ética, los valores materiales y espirituales, etc.

El segundo paso, más exigente, nos lleva a observar serenamente la parte activa y pasiva de la mente. Siendo la parte activa de la mente, la que previamente hemos utilizado en el discernimiento del primer paso, quedando en este segundo paso observar la parte pasiva de la mente y su conflicto con la parte activa. Al profundizar en esta segunda parte concluiremos que la parte pasiva debe abandonar el enfrentamiento con lo activo. Solo, manteniendo la serenidad en el “no hacer” permite que lo pasivo obtenga mayor espacio en nuestra mente. Y en la medida que el “no hacer” gana espacio en nuestra mente, podemos observar con mayor claridad tanto lo pasivo como lo activo. De este modo nuestra capacidad de observación aumenta su lucidez, distinguiendo finalmente como irrumpen o surgen los pensamientos, las imágenes, recuerdos, etc., sobre la mente. Al descubrir con detalle como surgen y vienen sobre nosotros los pensamientos, tomamos un control sobre la mente sin recurrir a reprimir ni atenazar la propia mente, sino que, tan solo, con la calma y serenidad adquirida con la mente pasiva, podremos de modo natural controlar la actividad mental.

Tercero, cuando ya hemos obtenido una buena experiencia sobre la segunda etapa, donde hemos hecho conciencia de nuestra parte pasiva y serena de la mente, obteniendo una mayor lucidez en nuestra capacidad de observación, daremos el tercer paso, que nos revelara la cualidad y naturaleza de la conciencia. El tercer paso consiste en descubrir al observador. ¿quién ha observado lo positivo, negativo, activo y pasivo de la mente? Sin entrar en consideración el tiempo invertido en cada etapa y el trabajo de introversión realizado, en esta tercera etapa hay que reconocer al observador.


La filosofía advaita y el dzogchen apuntan directamente hacia el observador, hacia aquel que siempre ha estado presente en las anteriores etapas. Volviendo a la tercera etapa, es cuando tenemos que descubrir al observador, esta experiencia es fundamental para alcanzar una plena lucidez sobre nuestra conciencia y su naturaleza. Surgiendo en lo teórico las preguntas ¿dónde está el observador? ¿quién está observando al observador? ¿quién es el observador? Etc. estas preguntas pertenecen a la parte activa de la mente, pero en esta tercera etapa simplemente se recurre a la observación directa, sin caer en la especulación intelectual.

El descubrimiento del observador resulta una experiencia diáfana, brillante, lucida, que vale la pena descubrir por sí mismos. Aunque, aquí expongamos el resultado, pues podemos encontrar el resultado en los textos al respecto, insistimos en que el descubrimiento del observador es la clave para liberar a nuestra conciencia de sus condicionamientos. La sorpresa mayúscula es que, al descubrir al observador no vemos nada, ni a nadie.

En este dichoso descubrimiento entramos en la esencia del silencio, nada hay, nadie esta; podemos dar un nombre a esta experiencia que sin embargo no aportara la cualidad o naturaleza de tal experiencia, podemos decir que allí hemos descubierto al testigo, a la presencia inmutable, el “yo del yo”, etc. Allí, encontramos el vacío, un espacio incondicional, el origen de nuestro Ser, etc.

Siguiendo con las palabras que no aciertan o no coinciden con la vivencia, resulta que, al descubrir el observador silencioso, inmutable e incondicional, nos muestra el “abismo insondable” de los gnósticos valentinianos, un espacio totalmente abierto, sin límites, sin condicionamientos, sin puntos fijos, sin base ni altura, sin geometría, sin formas, hallamos un espacio abstracto absoluto. En tal espacio incondicional, no hay límites, solo una gran apertura. Tal apertura, nos muestra la conciencia no-dual, pues nada excluye y todo lo incluye.


El observador que se pretendía descubrir es inexistente, por lo que cualquier definición como “presencia”, “testigo”, “yo del yo”, “dios”, “adi-buda” “buda tathagata”, “Brahman”, “Tao”, etc. queda como un simple apunte ante la vasta experiencia del silencio y su espacio incondicional. Podemos recurrir al “no-Ser”, esto es un Ser indefinible.

Cuando experimentamos y comprendemos la naturaleza del silencio, su espacio, su apertura y el no-Ser, descubrimos que en la no-dualidad el observador y lo observado son “Uno sin dos”. Es entonces cuando la observación se vuelve plenamente lucida, sin confusiones, sin conflictos, es entonces, cuando el conocimiento sobre sí mismos se realiza con plena claridad, viéndonos y observándonos con plena conciencia. Después de haber observado lo positivo y negativo de la mente, siguiendo con la observación de lo activo y pasivo, para seguidamente descubrir al observador, y con tal descubrimiento reconocer la apertura incondicional de la mente y la conciencia, donde la luz innata, original e incondicional de la propia conciencia queda en disposición de ver las cosas “tal cual son”, sin prejuicios, sin objeciones, sin condicionamientos, con total pureza.


En el silencio encontramos la pureza, la simplicidad, la visión directa, transparente, sin artificios, sin dogmas. La presencia del silencio en el “no-Ser” es una fuente inagotable de luz, de conciencia, siempre abierta, siempre apta para aprehender, la aprehensión de la conciencia silenciosa es pura intuición. La descripción que mejor describe la intuición a mi entender, es la que mi buen maestro me dio: “percepción instintiva de las verdades cósmicas, sin el proceso deprimente de la opción conceptual”.

Atentamente:

Rafael Pavía.                                              18/11/2019.

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